lunes, 17 de noviembre de 2008

Eugenia “Genia” Rotsztejn de Unger

Tiene 82 años. Nació en 1926 en Varsovia, Polonia. "Tenía una familia como todos”. Vivía muy bien.

Genia y sus tres hermanos estudiaban y su padre tenía un puesto muy importante. Pero a los 13 años, cuando llegaron los nazis, se terminaron los privilegios. Comenzaron los bombardeos, la ciudad fue invadida, su padre fue obligado a renunciar.

En Polonia había un clima de mucho antisemitismo, hubo muy poca gente que que colaboró con la causa judía. Se pensaba incluso, como en las épocas medievales, que los judíos mataban chicos para hacer el pan ácimo (matza) en Pesaj.

Apenas entraron los nazis, obligaron a todos los judíos, Eugenia incluida, a usar una banda con la estrella de David amarilla en el brazo y empezaron a cerrar las calles, para formar el gueto.

En 1940 Eugenia y su familia se vieron obligados, como todos los judíos, a desplazarse al gueto de Varsovia: "Teníamos que agarrar sólo una bolsa y llevar algunas cosas y yo agarré mis muñecas. Mi mamá me dijo que lleve alguna ropa y yo le decía: `mamá mañana vamos a volver', y nunca más volvimos. En aquel entonces era una niña".

Su infancia quedó ahí, ese día, en esa casa. Días después sería la eterna sobreviviente.

Su adolescencia transcurrió en el Ghetto de Varsovia. Se vivían los últimos días de la llamada “Solución Final”. De los cuatro hermanos (dos mujeres y dos varones), dos habían desaparecido, Renia y David, seguramente asesinados en la lucha diaria por la supervivencia en el Ghetto o quizás habían sido deportados a los campos de la muerte.

Dentro del Ghetto, las matanzas eran habituales, lo que convertía los días en una agonía. Era la miseria humana. A cada persona se le daba una ración de 150 calorías diarias. La gente se moría en las calles, había montañas de muertos, cada vez más enfermos de fiebre tifoidea. Los chicos iban por la calle pidiendo y mostrando fotos: "mi mamá era linda, mi mamá era hermosa, mirá qué le hicieron, no tengo mamá, ni tengo papá".

Como en muchos otros Ghettos, también en el de Varsovia había una organización clandestina de resistencia, en la cual participó uno de los hermanos de Eugenia, Ygnasz. Los mayores se escondían en los bunkers mientras que los jóvenes como Mordejai Anilevich, Antek Zuckerman, Teperman, Tzivia Lubetkin y otros, formaron grupos y lucharon con coraje y mucho valor por la dignidad de los habitantes del ghetto y la del pueblo judío, que estaba siendo denigrado y aniquilado. Hoy nos podemos sentir llenos de orgullo por el ejemplo heroico que nos legaron. Eran adolescentes de 14 a 20 años, que se tiraban sobre tanques, luchaban con bombas molotov que se encendían y tiraban por la ventana

"Sabíamos que teníamos todo perdido. Ya no quedaba casi nadie en el gueto cuando estalló el levantamiento".

Durante el levantamiento, los que no formaban parte de la resistencia (como Eugenia y sus padres) no entendían nada. Durante el día se escondían en los bunkers y salían de noche como ratas. Muchos se presentaron ante los nazis, porque les ofrecían un kilo de pan o de mermelada. La gente estaba muy hambrienta. "Después nos dimos cuenta que de ahí iban a la muerte, que los llevaban a las cámaras de gas".

Eugenia y su familia vendían todo que lo podían en la zona aria. Su mamá tenía joyas y pieles, que Ygnasz y Eugenia se turnaban para canjear, pasando por los pozos o haciendo un agujero en los muros para salir. Con esto hacían contrabando y podían vivir.

Un día Ygnasz entró corriendo al bunker alertando a su familia que los nazis ordenaban, mediante afiches pegados en las calles, que al día siguiente debían presentarse en un área de aproximadamente 10 cuadras. Ese día, Ygnasz decidió no reunirse con su grupo de lucha, para quedarse su familia, a la cual sugirió que desoyera la orden.

Recuerdo la escena: estábamos mis padres, él y yo, tomados fuertemente de las manos, y así abrazados permanecimos por un tiempo, temblando como hojas al viento. En un momento Ygnasz nos dijo que no debíamos tener miedo, que nos defendiéramos con los precarios elementos de lucha que consiguiésemos, que debíamos pelear con valor y dignidad hasta el final”.
Así estuvieron todo el día, que parecía ser eterno; los nazis no aparecieron porque estaban abocados a matanzas callejeras. Al anochecer volvieron al bunker, sin la madre de Eugenia, que sorpresivamente había desaparecido.

Éste, que resultó el último bunker, era originariamente la panadería donde se horneaba el pan. El búnker era compartido con otras 14 personas. Al día siguiente, llegaron los nazis, quienes arrojaron gases dentro del escondite mientras les ordenaban que salieran con los brazos en alto.

Así fueron obligados a caminar hasta el Umschlagplatz del Ghetto, lugar donde se reunía a los prisioneros previo a su traslado a los campos de exterminio.
En el transporte, Eugenia se reencontró con su madre, pero a su padre y a su hermano Ygnasz nunca más los volvió a ver.

Así llegó a Majdanek, el primero de varios campos de concentración por los que tuvo que pasar. Luego estuvo también en Auschwitz-Birkenau (donde participó de la Marcha de la Muerte), Ravensbruk, Rehov, Malahov.

Cuando bajaban de los trenes, la mitad de los pasajeros, estaban muertos por asfixia, hambre, debilidad. En los campos los rapaban, les sacaban la ropa: “Hicieron de nosotros monos”. A Eugenia y a su madre, las alojaron en barracas repletas. Dieta de cáscaras de papas y zanahorias. Récord de peso: menos de 30 kilos para Eugenia. Tenían que hacer sus necesidades en baldes, dormían de 7 u 8 en una cama, el agua estaba contaminada. Estas condiciones tan insalubres favorecían las enfermedades. Había piojos y sarna. A veces se levantaban y alguna de sus compañeras de cama estaba muerta.

"Muchos no querían vivir más y se tiraban contra los alambres de púa, que estaban electrificados. Nuestra vida era levantarse y acostarse con la muerte. Nadie sabía cuando iba a la cámara de gas, era algo que vivíamos constantemente, pensábamos que un día todo terminaría y que nuestro fin estaba allí, que no había otra opción”.

En Majdanek perdió a su madre, último miembro de su familia. A partir de ahí no había hermanos, papá, ni mamá. Trataba de escaparse.

Auschwitz es un capítulo aparte para ella. Su brazo izquierdo tiene un sello, 48914, legado de esos días. “Nunca puedo olvidarme de Auschwitz, tengo todo grabado, nos dejaron marcas, no solamente en los brazos, también en todo el cuerpo, marcas que nunca se pueden cicatrizar”.

Hasta el día de hoy no puede comer carne asada ni entrar a una pizzeria, porque le recuerdan su estadía en los campos.

Eugenia, se escapó casi al final de la guerra, luego de la Marcha de la Muerte. Iba caminando con una compañera, más adelante, y le dijo “Nos llevan para matar… ¿por qué no nos escapamos?”...

El nazi se fue atrás para mirar si todos caminaban y ellas aprovecharon para escapar por el camino. Se escondieron en un establo donde había vacas. Allí escucharon al nazi que le preguntó a una chica que estaba ahí si las había visto, porque se había dado cuenta de que faltaban dos personas. Siempre iban cinco en la fila. Luego abrió el portón, no vio nada y lo cerró. Eugenia y su compañera estuvieron allí todo el día. Le pidieron ayuda a la chica pero ella les dijo que no tenía nada. Entonces empezaron a buscar y a robar para comer y conseguir ropa.

Lo que vino fue terrible también: "Verse libre, no tener adónde ir, no tener a nadie. Yo estuve tres meses en la calle durmiendo, pidiendo limosna. Había mucho peligro, tenés que esconderte todo el tiempo".

Cuando terminó la guerra, intentó volver a Polonia a buscar a su familia. También pasó por un campo de refugiados donde durmió tres años en el suelo. Finalmente quiso viajar a Israel y el Mandato Británico no le permitió la entrada. Intentó irse a Estados Unidos, tenía los permisos, y no la dejaron. Hasta se le ocurrió volver a Auschwitz, sentía que allí estaba su lugar, era algo innato, es casi volver a que la asesinaran.

Finalmente, llegó a Argentina de forma ilegal, con su pequeño hijo. Antes estuvo en Brasil y Paraguay. Lo recuerda como uno de los días más largos de su vida: una hora esperando en la frontera que zarpe el barco "Asunción". Llegó a las 4 de la madrugada, sin dinero ni valijas. Más tarde llegó su marido, David Unger, uno de los combatientes del levantamiento: ese fue otro comienzo.